20 de octubre de 2012

Alondra

Alondra llega a trabajar rayando el medio día. No tiene un punto fijo pero generalmente se le puede ver en una misma zona del poniente de la ciudad. Con sus harapos, que alguna vez fueron linda ropa de niña, muy sucia y desaliñada, con el cabello casi a rapa seguramente para eliminar los piojos, comienza su rutina cada vez que el semáforo del crucero se pone en rojo. Camina coche tras coche con su manita estirada, demandando que le den una moneda. Otras veces le enjaretan una caja de chicles, esos de paquetitos de 4, que los oferta a tres por diez pesos. Comparte su lugar de trabajo con otros niños y niñas de diferentes edades, pero que no pasan de los diez. Sí, la historia de Alondra es como la de cualquier otra niña de la calle, solo que por un breve instante ella, sin saberlo, saltó a la efímera fama de las redes sociales. 
Ayer estuvo circulando por Twitter y Facebook la fotografía que alguien tomó de una niña que pedía dinero en la calle, y preguntaban si alguien la conocía. Como era de esperarse, los RT´s y “pégalo en tu muro” se regaron como pólvora y cual teléfono descompuesto, la simple pregunta “la conoces?” terminó en “es una niña secuestrada”,” hay reportes de ella en varias ciudades”, “¿cómo se da parte en la PGR?”. ¿Y por qué tanto alboroto por una niña de la calle, de esas a las que ya estamos acostumbrados a ignorar, que forman parte del panorama cotidiano de casi todas las ciudades de nuestro país? Porque Alondra es una niña rubia. Tal cual. Y, como alguien me comentó ayer por Twitter, usando la “lógica” es obvio llegar a la conclusión de que la niña fue robada de alguna familia “bien”, obviamente. Hago la aclaración de que no estoy emitiendo juicio alguno; yo pensé lo mismo cuando la conocí. 
La foto de la derecha no es actual
Alondra no tiene más de 6 años. La vi por primera vez hace unos 4 años, sentada a la orilla de un camellón muy estrecho en una de las avenidas importantes de Guadalajara. Me tocó el semáforo en rojo y mi coche quedó justo al lado de ella. No tendría más de dos años. Igual que a quien tomó su foto le habrá pasado, me quedé pasmada al ver a una niña tan bonita (una muñeca rubia, con unos ojos enormes, azules, me parece, regordeta, con sus mejillas sonrosadas) en condiciones lastimosas. Estaba a cargo de otras dos niñas, un poco más grandes que ella, que me miraron con recelo cuando saqué el teléfono para tomar una foto a la pequeña. Porque algo debía yo hacer. Solo pensaba en la pobre madre de esa niña, en lo que debería estar sufriendo sin tenerla. Tenía ya que avanzar (ya me apuraban con los cláxones los autos de atrás) y en medio de mi angustia y tristeza por la niña, más adelante vi a una muchachita que reconocí inmediatamente. De alguna forma el verla me tranquilizó y empecé a atar cabos: La güerita del camellón era hija de la muchachita que estaba vendiendo dulces entre los coches. Ese mismo día, al comentar el hecho con alguien cercano confirmé mi conclusión cuando esta persona me dijo: “Ah, sí, es hija de la payasita que se pone en tal avenida. Seguro que agarró a algún turista del hotel fulanito y le salió igual al papá”.
 De manera intermitente, la he visto crecer. A ella y a su familia (mamá y hermanos) La última vez que la vi fue en Julio. Otro camellón pero, aunque es la misma niña, rubia, de grandes ojos claros con cara de muñeca, ya no es la misma niña de mirada inocente, a quien te daban ganas de cargar y apretarle los cachetes. Su mirada es fría y está llena de rencor. Es enojona. No le gusta que le saques mucha plática. Ella a lo que va: o le das una moneda o le compras unos chicles. Si no, no le quites el tiempo, que el semáforo en rojo dura poco y atrás de ti todavía hay más coches. Tampoco trates de hacer algo lindo como darle dulces o comida porque los toma y los avienta al suelo, te lo aseguro.
 El revuelo y alboroto que ocasionó la foto me han puesto a pensar en lo que somos como sociedad, y me entristece. Decir que somos una sociedad racista resulta incómodo en estos tiempos donde ser políticamente correcto es ser sofisticado, vanguardista, “cool”. Pongámosle entonces pre-juiciosa. 
 Es ”normal” ver niños “morenitos” en la calle pidiendo dinero, luego entonces una niña “güerita” haciendo lo mismo “debe” de ser “robada”. ¿Qué no deberíamos de indignarnos al ver a cualquier menor mendigando por las calles? ¿no deberíamos de cuestionar la paternidad de los adultos que maltratan a los que aparecen como sus hijos? ¿Sólo los niños “blanquitos” son sujetos de secuestro? 
 “Los padres de esos niños son unos desgraciados, explotan a sus hijos, los ponen a pedir dinero, los maltratan” solemos decir. Si alguien se indigna lo suficiente, hace una denuncia al DIF y separan a los hijos de sus padres (como si les fuera a ir mejor en el DIF) Pero no nos detenemos a pensar que esos padres crecieron igual que sus hijos, que no conocen otra cosa. Que esos niños son producto de violaciones o prostitución infantil. Son generaciones de familias de la calle.
 Los niños de la calle son un problema y no lo digo de manera peyorativa. Cada vez crece más el número de niños y niñas que no tienen no digo un hogar, vaya, ni siquiera un techo donde resguardarse. No tengo que puntualizar que a partir de aquí se han ido desencadenando problemas más graves que descomponen más y más a la sociedad. Acostumbrarnos a su “existencia”, hacerlos parte de nuestro paisaje, darles una moneda o no darles porque “nomás alentamos a que sigan con su vida fácil y no quieran trabajar” no dice nada bueno de nosotros como sociedad. Darle más importancia en medios y redes sociales a “causas” como “no a las corridas de toros” “adóptame, soy el perrito que esperabas” “paro nacional en contra de…” nos convierte en una patética escusa de seres humanos.Con las autoridades no se puede contar, ¿cierto? La agenda política está ocupada en cosas más importantes. Tienen sus prioridades, vaya. Sin embargo hay quienes han encontrado formas de ayudar a manera de instituciones privadas. Gente valiosa y valiente que ha optado por los niños y niñas de la calle como proyecto de vida.Tal vez no sepamos qué hacer por los niños de la calle. (¡Perdón! acabo de recordar que lo políticamente correcto es decir Niños en situación de desamparo.) 
Lo que sí podemos hacer es ayudar a quienes ya están ayudando.

 “Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad” Karl A. Menninger.
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